Ante mi búsqueda infructuosa por la red de la obra “Juan Belmonte, Matador de toros” me encontré con esta otra cuyo prólogo me dio motivos sobrados para leerla. Son muchos los libros que se han escrito sobre la guerra civil española y resulta evidente que encontrar alguno imparcial es harto complicado.
Esta obra es una crítica a la crueldad de ambos bandos.
Independientemente que el autor esté más cerca del republicano, trata y denuncia por igual las atrocidades que se cometieron tanto por comunistas y anarquistas como por fascistas. Y todo, a comienzos de la guerra civil.
Independientemente que el autor esté más cerca del republicano, trata y denuncia por igual las atrocidades que se cometieron tanto por comunistas y anarquistas como por fascistas. Y todo, a comienzos de la guerra civil.
De entre las nueve historias me ha gustado especialmente la última, obrero de una metalurgia que no se identificaba con ningún bando cuya única preocupación era trabajar y al que dejó sin empleo un consejo obrero. Finalmente, vencido por el hambre no tuvo más remedio que hacerse miliciano de la revolución. Y murió batiéndose heroicamente por una causa que no era suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese.
A SANGRE Y FUEGO es el título de la serie de nueve relatos que Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897-Londres, 1944) escribió sobre la Guerra Civil española en 1937 en Francia, desde el exilio. Periodista vocacional y paradigma del intelectual comprometido con su tiempo, el autor se preocupa más por el perfil humano de quienes sufrieron dicha contienda que por su faceta política. Es el deseo de imparcialidad el que provoca el estremecimiento en el lector: ni buenos ni malos, ni verdugos ni mártires; tan sólo hay crueldad, absurdo, desorientación y obcecación de unos y otros.
Se podría decir que una vez estallada la Guerra Civil, Chaves Nogales intenta pertenecer a una tercera España imposible, alejada de los radicalismos de uno y otro extremo, una equidistancia que no evade en ningún caso su apuesta republicana, pero que la matiza instrumentalmente en relación a la horrible realidad del enfrentamiento entre españoles.
Para terminar, muy extenso por cierto, creo que lo mejor es hacer referencias al prólogo del propio autor:
La estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España. ¿Por dónde empezó el contagio? Los caldos de cultivo de esta nueva peste, germinada en ese gran pudridero de Asia, nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente. Después de tres siglos de barbecho, la tierra feraz de España hizo pavorosamente prolífica la semilla de la estupidez y la crueldad ancestrales. Es vano el intento de señalar los focos de contagio de la vieja fiebre cainita en este o aquel sector social, en esta o aquella zona de la vida española. Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España.
De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros. Me consta por confidencias fidedignas que, aun antes de que comenzase la guerra civil, un grupo fascista de Madrid había tomado el acuerdo, perfectamente reglamentario, de proceder a mi asesinato como una de las medidas preventivas que había que adoptar contra el posible triunfo de la revolución social, sin perjuicio de que los revolucionarios, anarquistas y comunistas, considerasen por su parte que yo era perfectamente fusilable.
Cuando estalló la guerra civil, me quedé en mi puesto cumpliendo mi deber profesional. Un consejo obrero, formado por delegados de los talleres, desposeyó al propietario de la empresa periodística en que yo trabajaba y se atribuyó sus funciones. Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético. Me puse entonces al servicio de los obreros como antes lo había estado a las órdenes del capitalista, es decir, siendo leal con ellos y conmigo mismo. Hice constar mi falta de convicción revolucionaria y mi protesta contra todas las dictaduras, incluso la del proletariado, y me comprometí únicamente a defender la causa del pueblo contra el fascismo y los militares sublevados. Me convertí en el «camarada director», y puedo decir que durante los meses de guerra que estuve en Madrid, al frente de un periódico gubernamental que llegó a alcanzar la máxima tirada de la prensa republicana, nadie me molestó por mi falta de espíritu revolucionario, ni por mi condición de «pequeño burgués liberal», de la que no renegué jamás.
Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo.
El hombre que encarnará la España superviviente surgirá merced a esa terrible e ininteligente selección de la guerra que hace sucumbir a los mejores. ¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere, para imponerse, para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo tiene clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara, dispuesto a morir y a matar. Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende. Viniendo de un campo o de otro, de uno u otro lado de la trinchera, llegará más tarde o más temprano a la única fórmula concebible de subsistencia, la de organizar un Estado en el que sea posible la humana convivencia entre los ciudadanos de diversas ideas y la normal relación con los demás Estados, que es precisamente a lo que se niegan hoy unánimemente con estupidez y crueldad ilimitadas los que están combatiendo.
Recuerdo hace muchos años, aquellos veranos de la infancia en los que mis abuelos me contaban "sus batallitas" .Precisamente era habitual que las centraran en esas atrocidades que explica Juan sobre los relatos del libro. Resulta triste pensar en la ingente cantidad de personas que se vieron obligadas a pasar penalidades o directamente masacrados por los que toman decisiones sobre las vidas de los demás. No son mas de un 0,1% sobre la población mundial y normalmente sus vidas quedan siempre a salvo.
ResponderEliminarSupongamos que por algún motivo la Tierra dejara de ser habitable , el ser humano es difícil de extinguir y con total seguridad se encontraría un sistema de supervivencia en este o en otro planeta ...¿habría sitio para todos? Desde luego si lo habría para ese 0,1% por su posición de privilegio. A estas alturas es difícil entrar en ese selecto porcentaje pero no decaigamos en el empeño. Nuestra vida depende de ello.
J.I
¿Un libro de un autor llamado Manuel Chaves? no creo que sea buena influencia para nadie
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